Buenos días princesa.

Las ganas de salir de fiesta anoche. Los minutos pensando en qué ropa me iba a poner. El sonido de los tacones al dar en el asfalto de las calles del centro, conocedoras ya de mis pasos firmes.
El momento en el que entré al local y te vi... y en el que tú decidiste mirarme otra vez.
Los nervios que me producía pensar qué decirte y las ganas de que todo volviese a pasar.
Unas cuantas canciones mezcladas con alcohol, en unas cuantas horas llenas de gente bailando.
Y de repente tú y yo, y el sonido de las llaves abriendo la puerta de mi casa. Un beso, dos, y después cien más.
Tus manos cogiéndome por la cintura y yo susurrándote que me rompas las medias como solo tú sabes.
Once treinta y siete de la mañana. Domingo. Me despierto y giro la cabeza. No hay rastro de ti en mi cama, me levanto de un salto y comprendo que lo he soñado todo, que nada de eso ha pasado.
Giro el  pomo de la puerta y veo tu sudadera azul colgando de él... creo que empiezo a volverme loca y ando hasta la cocina.
Y allí estás tú, que levantas la vista y dices: buenos días princesa, he preparado algo de desayuno... ¿zumo de naranja o café?
Yo me quedo apoyada en la pared y solo consigo sonreír y mover la cabeza para los lados, mientras, tú vuelves a hablar: zumo de naranja, lo sé... nunca lo olvidaría.